Luis Fernando Barrientos: El estudiante y la plaza

Corrían aires de rebeldía: coletazos de mayo del 68 en Francia, de los curas rebeldes junto a los tugurianos en las periferias, el poder negro y el movimiento LGTBI se agitaban en el norte. Mientras los jóvenes del mundo exigían con espíritu antiimperialista el fin de la guerra en Vietnam, en Colombia los estudiantes comenzaban a elevar consignas por el derecho a la educación. Así iniciaba la década de los años 70.

 

Luis Fernando Barrientos vivía en Caicedo La Toma, un barrio alargado y de calles apretadas en donde todos se conocen, ubicado en el Oriente de Medellín. A diferencia de sus amigos, Barrientos no era muy hábil con el baloncesto, el fútbol o en las caminatas a Santa Elena; sin embargo, era un curioso de toda clase de aparatos electrónicos. “Mi recuerdo de Fernando es el de un hombre muy bondadoso, proclive a cierta ingenuidad casi natural, en el sentido de que era muy receptivo y una persona supremamente tranquila. Su aspecto coincidía justamente con esto: era regordete, pausado en habla y en la forma de caminar”, rememora Gabriel Murillo, quien fue su amigo y ahora es profesor de la Facultad de Educación en la Universidad de Antioquia.

 

Su familia estaba conformada por su madre, su padre y su hermana, a la cual –recuerda Gabriel– quería de manera especial. La situación en su hogar no era fácil: dependían en gran medida de los oficios de limpieza que su madre realizaba en el centro de la ciudad. Ella había sido obrera toda su vida y, tras la quiebra de la fábrica donde trabajó durante 17 años, se quedó sin nada. Sin embargo, los esfuerzos de esta madre siempre estuvieron concentrados en sacar adelante a sus hijos. Se levantaba a las tres de la mañana para preparar las labores del hogar, a las seis los dejaba con una vecina y salía a trabajar. Luis Fernando era la esperanza de progreso para su hogar, especialmente al ser admitido en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Antioquia.

 

En aquellos días era fácil reconocer a un estudiante: su juventud, acompañada por un libro bajo el brazo, lo delataba. No eran comunes las copias ni los morrales, y  con esto se  evidenciaba la necesidad del movimiento y transformaciones en un país quieto y confinado a los intereses del  ya agotado Frente Nacional.

 

Gabriel y Luis Fernando compartían esas inquietudes. Junto con otros vecinos y el zapatero del barrio, formaron un grupo de estudio donde leían sobre Lenin, Mao y las revoluciones que aquellos hombres lograron a una distancia incalculable de su barrio obrero, donde casi 50 años atrás se había proclamado a María Cano como “La Flor del Trabajo”.

 

Para 1973, Barrientos ya estudiaba Economía. Sin embargo, planeaba cambiarse a Ingeniería Electrónica para satisfacer su curiosidad por los aparatos electrónicos. La ciudadela universitaria llevaba apenas cuatro años de inaugurada y era abierta y de libre circulación para la ciudad. Algunos espacios todavía estaban en construcción, por lo cual solo funcionaban unos pocos bloques, entre ellos la biblioteca, refugio de muchos estudiantes que hasta tarde permanecían estudiando los libros, su principal y única fuente de consulta.

 

Pero no todo era estudio; también había espacio para las revoluciones del espíritu. Durante los intermedios de las lecturas y discusiones sobre los procesos en Rusia y China, el grupo de amigos de Barrientos escuchaba ópera en el tocadiscos del zapatero, un apasionado coleccionista y conocedor de este género. Luis Fernando también mantenía una relación amorosa en secreto con una vecina mayor que él, lo cual generaba todo tipo de bromas entre sus amigos. Su madre, por su parte, esperaba con ansias el diploma que justificaría los esfuerzos cotidianos.

 

Pronto llegó el 8 de junio de 1973.

 

Ese día se realizó una asamblea en el Teatro Comandante Camilo Torres para conmemorar el Día del Estudiante Caído y Combativo, en homenaje a estudiantes como Gonzalo Bravo Páez y Uriel Gutiérrez, asesinados por el Estado colombiano. Además de la conmemoración, se abordaron los incumplimientos de la Universidad en cuanto al cogobierno, tema que los estudiantes venían agitando desde 1971. Esta discusión, recuerda Gabriel, tuvo una participación masiva del estudiantado.

 

Al salir del teatro, el sol golpeaba con fuerza sobre la aún anónima plaza principal de la universidad. Gabriel, junto a algunos compañeros, fue a almorzar a unas pocas cuadras de la ciudadela. Al regresar, lo sorprendió la noticia en la radio que mencionaba el nombre de su amigo. Luis Fernando Barrientos había sido asesinado por un agente infiltrado del DAS, de nombre Maximiliano Zapata, en la esquina de la avenida Barranquilla con Ferrocarril. Su cuerpo cayó tras recibir un disparo detrás de una camioneta, mientras se manifestaba a plena luz del día en un mitin, acompañado de otros estudiantes. Este mitin, considera Gabriel, podría haber sido el primero de Fernando, pero resultó suficiente para que perdiera la vida.

Tendido sobre la calle, el cuerpo de Fernando fue rápidamente levantado por el grupo de estudiantes que pronto se multiplicó y lo llevó hasta el escritorio del rector de la Universidad, en busca de explicaciones. Allí, tal vez a causa de una bomba molotov lanzada por alguno de los estudiantes enfurecidos, el fuego se propagó y terminó incendiando todo el bloque administrativo. Después de esto, el cuerpo de Luis Fernando desapareció. Las autoridades intentaron sepultarlo rápidamente para disipar lo ocurrido; sin embargo, la madre de Luis Fernando, cual Antígona, se mantuvo firme, exigiendo que el cuerpo de su hijo apareciera. Ante su furia, el cuerpo fue devuelto.

 

 

El Colombiano
El Colombiano

Al día siguiente, las estrechas calles del barrio de Fernando se llenaron de gente; no cabía una persona más, ni tampoco había espacio para más indignación. Cuando el Ejército intentó intervenir la ceremonia en la tarde, fue expulsado por el grupo de estudiantes, amigos y conocidos de Barrientos, quienes, con palos y lo que tuvieran a mano, se enfrentaron a la fuerza pública hasta que esta, temerosa, decretó el toque de queda.

 

Ese año, la universidad cerró temporalmente. Tiempo después, aparecieron cercas delimitando sus márgenes, y la plaza principal de la Universidad fue nombrada en honor a Luis Fernando. Su memoria se volvió una anécdota sin rostro que se cuenta por los pasillos, pero que no consiguió impedir que hechos como este volvieran a suceder.

l.f-barrientos-dead-1024x588
Luis Fernando Barrientos

Post a Comment